viernes, 28 de octubre de 2011

Una vez más estamos charlando sentados en tu cama. En realidad, vos hablás y yo me limito a contestar, mi mente está enteramente concentrada en mirarte. Es increíble como gesticulás absolutamente todo, desde un simple “hola” hasta un “te amo” ¿Cómo hacés? Tenés algo que no me permite alejar la vista de tu cara, la forma en que te pega el sol, quizás, o ese lunar justo al lado de la boca que me vuelve tan loca. Podría estar horas así, sentada en tu cama, en una aparente charla que se fue tornando en un monólogo... pero ya te diste cuenta que hace rato dejé de prestar atención a lo que me decís. Ahora parás de hablar y te das vuelta enojado, argumentando que “no te doy bola”. Ay, mi amor, si supieras. No puedo evitar perderme en tu mirada y en la forma en que se mueven tus labios cuando hablás. Después de un rato te pido perdón, aunque se que tu “enojo” es simplemente parte de un juego. Nuestro juego habitual. Ahora me toca a mi ir acercándome cada vez más a tu espalda y recorrerla suavemente. No hacen falta más que un par de besos para que te rindas. Ya no estás más de espaldas, ahora me estás mirando de frente. Veo como tus ojos viajan por toda mi cara hasta llegar a mi boca. Esperás prudentemente unos segundos –que para mi son eternos- y finalmente me besás. Es evidente que el juego ya empezó y estoy perdiendo, como siempre. Pero yo no me rindo tan fácil, te conozco demasiado y se exactamente lo que tengo que hacer. Me tiro encima tuyo y te empiezo a hacer cosquillas, entre risas me llamás tramposa y me rogás que pare. Cuando por fin me detengo, no esperás ni un segundo para tirarte arriba mío e inmovilizarme las manos para que no pueda seguir molestándote. Me besás otra vez, y otra vez, y otra vez. No sé si es porque se hizo de noche o porque estamos cansados, pero ya ninguno de los dos se resiste... finalmente nos entregamos a la plenitud de este juego que tanto nos gusta jugar. Es como esa escena en las películas cuando se apagan las luces y nadie más sabe qué es lo que está pasando, solo nosotros. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando volví a abrir los ojos ya era de día. Con la sensación de tu brazo alrededor de mi cintura me doy vuelta para descubrir que estás acostado al lado mío, plenamente dormido. Te despierto suavemente y cuando por fin podés abrir los ojos, nos miramos. Y así, me doy cuenta que este juego, lejos de estar terminado, recién está volviendo a empezar...